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miércoles, 21 de octubre de 2015
Tus hombros
Me gustan tus hombros porque están hechos de piel de ti. Son una capa de seda que buscan caricias, que llaman a mis besos. Me gustan tus hombros y bajar y subir por ellos. Tan delicados de carne tierna, deliciosos desde tus manos, exquisitos hasta tu cuello. Es esa zona de tu cuerpo como las nubes; el mejor vestíbulo, tan lejos del mundo, tan cerca de todo. Mi cielo, tiernos y suaves, de piel y carne de ti.
miércoles, 5 de agosto de 2015
Yo no quiero besos
Yo no quiero besos. Los besos son cortos. Yo quiero una docena de amaneceres y medio millón de "rozar tu cuerpo sin querer bajo las sábanas". No me basta con besarte, amarnos un poco, o mucho, y después dejarte marchar. Tus labios en los míos están bien, supongo, yo creo que se gustan, y pienso que nosotros también disfrutamos de ellos. Contigo y unas cuantas caricias de esas de las que te pillan desprevenido se estaría bien.
Yo quiero un beso que sepa a "llevo todo el día esperándote". Tú junto a mí, quiero que perdamos el tiempo haciéndonos de todo sin que hagamos nada. Yo no quiero besos de "cuánto me gustas". Quiero besos de "amor, cielo, princesa, moriría ahora mismo contigo".
Yo quiero un beso que sepa a "llevo todo el día esperándote". Tú junto a mí, quiero que perdamos el tiempo haciéndonos de todo sin que hagamos nada. Yo no quiero besos de "cuánto me gustas". Quiero besos de "amor, cielo, princesa, moriría ahora mismo contigo".
jueves, 30 de julio de 2015
Ángel
Ella
era una de esas que te dejan hecho polvo. En todos los sentidos. Una de esas
que disfrutan sintiéndose querida, queriéndote y a la vez haciéndote sufrir.
A ella
le encantaba llevarme al cielo y después ponerme de rodillas. Era la mejor
haciendo lo peor. Había sido capaz de desarrollar la habilidad de tenerme
siempre pendiente de sus designios, de sus cambios de humor, de sus caricias
indiscretas, de sus súbitos abrazos al cuello.
Ella
era así, ese ángel demoníaco que dominaba todas las trampas de placer, mordía,
y después administraba el antídoto para su propio veneno.
miércoles, 6 de mayo de 2015
¡Se acabó!
Estas
son las últimas líneas que me haces escribir. Desde este momento
quedas castigada sin versos y sin caricias en el cuello. Ahora
tendrás que aprender a vivir sin mis manos y sin mis labios. De aquí
en adelante estamos solos, amor. Yo me quedaré con una libreta medio
llena, y tú con estas líneas, las últimas que me haces escribir.
jueves, 16 de abril de 2015
Protocolo
Todos cenando. Comentando banalidades.
Risas de cortesía para comentarios precocinados. Y yo pendiente de
ti. Acariciándote con mi silencio. Observando el pliegue de tus
labios al sonreír. Qué me importará a mí todo ese protocolo. Yo
quiero que suene la música y sacarte a bailar. Quiero preguntarte tu
nombre. Quiero dejar de mirarte y pasar a agasajarte como un idiota
que sabe que ha encontrado a una chica demasiado buena para él. Qué
me importará a mí todo este protocolo. En todo este mar de
murmullos ininteligibles me quedo con tu cabellera oscura y con las
cuatro miradas furtivas que nos hemos regalado.
miércoles, 1 de abril de 2015
Demasiado imperfecto
Mi
ninfa tierna, donde estarás. Recuerdo que eras de nata, de nata y
suave, y dulce, y clara. Yo recorría tu piel como las nubes recorren
el cielo. Qué felices hubiésemos sido...
Yo
era demasiado imperfecto.
Ahora
imagino que otro encontrará tus labios finos en la oscuridad, te
tomará de la mano y te robará sonrisas de fresa. Tú le harás
caricias, él jugará con tu pelo... Mientras yo te escribo.
Yo
era demasiado imperfecto.
Yo
solo quería mirarte a los ojos y pasar dos segundos a solas contigo.
Nunca sabremos cuanto te hubiese querido.
Ahora
eres lejanía, lejanía y desengaño. Yo no me atreví a mirarte a
los ojos cuando estuve a solas contigo. Yo, que era simple, normal,
mundano, y cobarde a tu lado; me detuve en la perfecta configuración
de tus labios. Y después, soñé más abajo, donde mi piel con tu
piel se hacía sublime, allí, en aquel valle cálido...
domingo, 29 de marzo de 2015
Tu mar de lunares
Si vas a matarme hazlo ya.
Lo último que quiero ver son tus labios rojos. Quiero sentir como esa cicuta de carne femenina se funde con los míos antes de perderte para siempre.
Quiero irme después de haber recorrido todos tus lunares. Quiero llevármelos en la retina y llevármelos en la boca. Entregarme a ti mientras me matas con tus manos mapeando mi cuerpo. Y yo a su ves el tuyo, intentando zafarme en vano de tus caricias.
Entonces tal vez yo contraataque. Tal vez me atreva a enfrentarme a tu forma de hacerme vivir. Necesito que en esta suerte de placentera agonía seas tú la que acabe conmigo. La que hagas que me vaya, ahogado en tu mar de lunares.
Lo último que quiero ver son tus labios rojos. Quiero sentir como esa cicuta de carne femenina se funde con los míos antes de perderte para siempre.
Quiero irme después de haber recorrido todos tus lunares. Quiero llevármelos en la retina y llevármelos en la boca. Entregarme a ti mientras me matas con tus manos mapeando mi cuerpo. Y yo a su ves el tuyo, intentando zafarme en vano de tus caricias.
Entonces tal vez yo contraataque. Tal vez me atreva a enfrentarme a tu forma de hacerme vivir. Necesito que en esta suerte de placentera agonía seas tú la que acabe conmigo. La que hagas que me vaya, ahogado en tu mar de lunares.
sábado, 10 de enero de 2015
Así como eres
Te quiero princesa, y no me hace falta más. Ayer te vi llegar igual que la noche ve llegar a las estrellas. Estabas espléndida.
Me acordé de la primera vez que tus ojos se cruzaron con los míos, y de todas las noches de insomnio que le hemos regalado a nuestros cuerpos.
No necesito más que un poco de ti cada día; nuestras rutinas de caricias y el cotidiano deleite de tu presencia. Así somos perfectos complementos el uno del otro.
Te quiero así como eres princesa, y no me hace falta más.
Me acordé de la primera vez que tus ojos se cruzaron con los míos, y de todas las noches de insomnio que le hemos regalado a nuestros cuerpos.
No necesito más que un poco de ti cada día; nuestras rutinas de caricias y el cotidiano deleite de tu presencia. Así somos perfectos complementos el uno del otro.
Te quiero así como eres princesa, y no me hace falta más.
martes, 14 de octubre de 2014
La vida es sencilla
La vida es sencilla. Yo pasaré a buscarte a eso de las diez de la mañana. Tú estarás esperándome en la puerta con emoción contenida, con tus brazos dispuestos a saltar a mi cuello nada más verme. Nos daremos un beso tímido pero caluroso y nos tomaremos de la mano y comenzaremos a caminar.
Llegaremos a la estación cerca de las diez y veinte, y esperaremos diez minutos más hasta que salga nuestro autobus. Pelearemos como siempre porque a mí me gusta sentarme delante del todo, y a ti en la última fila. Durante el trayecto, un torrencial de caricias caerán sobre tu cabeza apoyada en mi hombro, y mis manos de vez en cuando apartarán esos dos mechones caprichosos que de vez en cuando ocultan tu rostro.
Una vez en la costa seremos libres. Yaceremos juntos sobre la arena caliente mientras la brisa saluda nuestros cuerpos. En el agua nos dejaremos llevar como los niños que fuimos, como los niños que somos.
Hasta que caiga la tarde no nos acordaremos de que el mundo existe. Nos quedaremos en la orilla hasta el último momento, observando complacidos como la esfera naranja termina su descenso hasta acabar engullida por la inmensidad violácea en el horizonte.
Después, tomaremos el último autobus que salga del paraíso y volveremos a casa cansados, y llenos de salitre. Sí; amor, la vida es sencilla.
Llegaremos a la estación cerca de las diez y veinte, y esperaremos diez minutos más hasta que salga nuestro autobus. Pelearemos como siempre porque a mí me gusta sentarme delante del todo, y a ti en la última fila. Durante el trayecto, un torrencial de caricias caerán sobre tu cabeza apoyada en mi hombro, y mis manos de vez en cuando apartarán esos dos mechones caprichosos que de vez en cuando ocultan tu rostro.
Una vez en la costa seremos libres. Yaceremos juntos sobre la arena caliente mientras la brisa saluda nuestros cuerpos. En el agua nos dejaremos llevar como los niños que fuimos, como los niños que somos.
Hasta que caiga la tarde no nos acordaremos de que el mundo existe. Nos quedaremos en la orilla hasta el último momento, observando complacidos como la esfera naranja termina su descenso hasta acabar engullida por la inmensidad violácea en el horizonte.
Después, tomaremos el último autobus que salga del paraíso y volveremos a casa cansados, y llenos de salitre. Sí; amor, la vida es sencilla.
martes, 7 de octubre de 2014
A tu cuerpo le gustan mis manos...
A tu cuerpo le gustan mis manos.
No lo niegues, lo sé.
Lo sé desde la primera vez que te toqué.
Tus caminos tienen algo magnético,
algo que llama a las yemas de mis dedos.
Yo los suelto y los dejo
que se diviertan como niños traviesos.
Tu disfrutas cuando se inventan nuevas caricias,
y yo cuando descubren un nuevo rincón de tu cuerpo.
lunes, 6 de octubre de 2014
Anatomía de un recorrido
Me gustas de abajo a arriba. Siempre de abajo a arriba, en ese orden, empezando por
los pies.
Reviso dedito a dedito, desde los más pequeños a los más grandes. Los quiero a todos
por igual, y ellos adoran jugar conmigo. Después voy a los tobillos, dos nudos pequeños y
recios, esas dos bolitas de hueso. Examino a conciencia toda su lisa superficie, y cuando he
terminado, sigo subiendo. Ahora vienen las rodillas. Me suelo entretener bastante en el
espacio inmediatamente inferior, e inmediatamente superior a éstas. Todo eso que
conforman tus piernas, entre los talones y los muslos. Estos últimos son una delicia, gentiles
y agradecidos a todas mis caricias.
Ahora bien, llegados a este punto, nada se compara con tu centro. Tu ombligo me
señala el camino y me recuerda que sigo vivo. Más abajo, encuentro la paz. Es el inicio de
ti, de mí, y de todo lo que alguna vez fue pensado o hecho. Paso sin prisa por tu centro;
cálido, acogedor, reconfortante. En esas latitudes nunca olvido tu revés, que me recuerda a
tus muslos. La naturaleza ha querido diseñar esa parte de ti con especial cuidado, tomando
como modelo la forma perfecta de tus caderas.
Me traslado ya al otro hemisferio, más al norte, pero sobre la misma masa cálida
incandescente.
Tu vientre es un mundo. Liso, suave, alto, profundo.Vivo y sueño en él. Mis labios se
conocen todas las rutas que lo surcan. En ocasiones recorren, varias veces, arriba y abajo,
todos esos caminos.
A los costados penden de ti dos miembros alargados que terminan en unas manos de
terciopelo y unos finos dedos juguetones, que se empeñan en enredarse en los míos. Desde
tus pulidas uñas de nácar subo y subo, deslizándome sobre tu piel con la yema de mis dedos.
En las alturas, tus hombros son un manantial. Mis labios, no sé porqué, tienen
predilección por esa grácil capa de piel que los cubre, que parece derretirse bajo mis besos.
Y siguiendo el itinerario, camino centímetro a centímetro; mejor, milímetro a milímetro
hasta ese enclave de ensueño.
En tu cuello he muerto miles de veces. Me encanta ver como se tensa, como se relaja,
y como se estremece. Guarda tantos secretos y placeres que me cuesta horrores
desprenderme de él. Para autocomplacerme, todo mi ser se vuelca largo tiempo en esa
maravillosa franja.
Entonces vuelvo sobre mis pasos, tomando una ruta distinta. Me dirijo hasta ese
hoyuelo caprichoso donde nace tu cuello. Lo exploro y sigo fugaz hacia abajo. Tus tesoros
rosados son dos pedazitos de cielo. Siento que mis manos son demasiado vulgares para
tocarlos. Me conformo con su visión, y con la textura que siento en los labios cuando llego a
la cúspide. Conquisto esas cimas todas las veces que puedo. A veces resbalo, y la caída se
me hace deliciosa, infinita... Tus dos tesoros rosados palpitan, se hinchan y me llaman. Me
comunico con ellos en un lenguaje secreto, casi mágico. Mis dedos atrevidos se escabullen y
quebrantan la calma de éstas, tus dos joyas. No los sanciono. ¿Quién no se conmueve antes
tus tesoros rosados?
Al final del camino está la ambrosía. Es algo magnético. Tus labios llaman a mis
labios. Algo más grande que tú que yo se produce entre ellos. Yo no digo nada, y tú
tampoco. Somos víctimas de cuatro líneas de carne que se aman infinitamente. De repente,
el hechizo se rompe, descubrimos que existimos, y mis ojos se pierden en tus ojos. La
sensación es de un ensueño cuando me sumerjo.
Como organismos independientes, mis manos mapean tu espalda y testan la suavidad
de cada hebra de tu cabello. Cual violín de mujer, mis dedos se mueven imitando el experto
que no soy y tratan de arrancarte algunas notas. Simulo un mordisco en la apetecible
prolongación de ti misma que cuelga de tu oreja y dejo que mi lengua se cobre su parte.
Nariz con nariz como dos esquimales sellamos el pacto de nuestra existencia. Tu ríes, y yo
he de decirlo: hueles a vida, y sabes a miel.
los pies.
Reviso dedito a dedito, desde los más pequeños a los más grandes. Los quiero a todos
por igual, y ellos adoran jugar conmigo. Después voy a los tobillos, dos nudos pequeños y
recios, esas dos bolitas de hueso. Examino a conciencia toda su lisa superficie, y cuando he
terminado, sigo subiendo. Ahora vienen las rodillas. Me suelo entretener bastante en el
espacio inmediatamente inferior, e inmediatamente superior a éstas. Todo eso que
conforman tus piernas, entre los talones y los muslos. Estos últimos son una delicia, gentiles
y agradecidos a todas mis caricias.
Ahora bien, llegados a este punto, nada se compara con tu centro. Tu ombligo me
señala el camino y me recuerda que sigo vivo. Más abajo, encuentro la paz. Es el inicio de
ti, de mí, y de todo lo que alguna vez fue pensado o hecho. Paso sin prisa por tu centro;
cálido, acogedor, reconfortante. En esas latitudes nunca olvido tu revés, que me recuerda a
tus muslos. La naturaleza ha querido diseñar esa parte de ti con especial cuidado, tomando
como modelo la forma perfecta de tus caderas.
Me traslado ya al otro hemisferio, más al norte, pero sobre la misma masa cálida
incandescente.
Tu vientre es un mundo. Liso, suave, alto, profundo.Vivo y sueño en él. Mis labios se
conocen todas las rutas que lo surcan. En ocasiones recorren, varias veces, arriba y abajo,
todos esos caminos.
A los costados penden de ti dos miembros alargados que terminan en unas manos de
terciopelo y unos finos dedos juguetones, que se empeñan en enredarse en los míos. Desde
tus pulidas uñas de nácar subo y subo, deslizándome sobre tu piel con la yema de mis dedos.
En las alturas, tus hombros son un manantial. Mis labios, no sé porqué, tienen
predilección por esa grácil capa de piel que los cubre, que parece derretirse bajo mis besos.
Y siguiendo el itinerario, camino centímetro a centímetro; mejor, milímetro a milímetro
hasta ese enclave de ensueño.
En tu cuello he muerto miles de veces. Me encanta ver como se tensa, como se relaja,
y como se estremece. Guarda tantos secretos y placeres que me cuesta horrores
desprenderme de él. Para autocomplacerme, todo mi ser se vuelca largo tiempo en esa
maravillosa franja.
Entonces vuelvo sobre mis pasos, tomando una ruta distinta. Me dirijo hasta ese
hoyuelo caprichoso donde nace tu cuello. Lo exploro y sigo fugaz hacia abajo. Tus tesoros
rosados son dos pedazitos de cielo. Siento que mis manos son demasiado vulgares para
tocarlos. Me conformo con su visión, y con la textura que siento en los labios cuando llego a
la cúspide. Conquisto esas cimas todas las veces que puedo. A veces resbalo, y la caída se
me hace deliciosa, infinita... Tus dos tesoros rosados palpitan, se hinchan y me llaman. Me
comunico con ellos en un lenguaje secreto, casi mágico. Mis dedos atrevidos se escabullen y
quebrantan la calma de éstas, tus dos joyas. No los sanciono. ¿Quién no se conmueve antes
tus tesoros rosados?
Al final del camino está la ambrosía. Es algo magnético. Tus labios llaman a mis
labios. Algo más grande que tú que yo se produce entre ellos. Yo no digo nada, y tú
tampoco. Somos víctimas de cuatro líneas de carne que se aman infinitamente. De repente,
el hechizo se rompe, descubrimos que existimos, y mis ojos se pierden en tus ojos. La
sensación es de un ensueño cuando me sumerjo.
Como organismos independientes, mis manos mapean tu espalda y testan la suavidad
de cada hebra de tu cabello. Cual violín de mujer, mis dedos se mueven imitando el experto
que no soy y tratan de arrancarte algunas notas. Simulo un mordisco en la apetecible
prolongación de ti misma que cuelga de tu oreja y dejo que mi lengua se cobre su parte.
Nariz con nariz como dos esquimales sellamos el pacto de nuestra existencia. Tu ríes, y yo
he de decirlo: hueles a vida, y sabes a miel.
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