Entonces
cometes la estupidez más grande del siglo y le escribes a medianoche. Dos
palabras, a veces una línea solitaria, lo que sea con el objetivo de que sepa
que sigues ahí… cómo si no lo supiera. Y te sientes triste, eufórico, abatido,
contento, estúpido, raro. Piensas en la cara de indiferencia que pondrá cuando
lo lea. Piensas en lo extraño que debe de pensar que eres. Pero le has escrito,
ya está hecho. Te has desahogado para volverte a ahogar, más profundo, más
abajo en el fondo. Pero no te importa. Qué demonios. Se lo has dicho. Por
enésima vez le has dicho lo que ya está cansada de leer, de escuchar. Sabes que
no le importa. Pero no pasa nada. No puedes hacer nada, sólo ser, estar ahí,
plantado en mitad de la nada, esperando a que ella pase y te recoja. Pero sabes
que ella no va a pasar, que no te v a recoger, que seguirás ahí, siendo tú con
todo tu yo. Y nada más. Ella es
compasiva porque sabe que tienes una pobre alma, extraña, a veces incomprensible,
pero pobre al fin y al cabo. Demasiada sombra y demasiada luz. Ella sabe que
eres demasiada sombra.
Suscribirse a:
Enviar comentarios
(
Atom
)
No hay comentarios :
Publicar un comentario