jueves, 30 de julio de 2015

Ángel



Ella era una de esas que te dejan hecho polvo. En todos los sentidos. Una de esas que disfrutan sintiéndose querida, queriéndote y a la vez haciéndote sufrir.

A ella le encantaba llevarme al cielo y después ponerme de rodillas. Era la mejor haciendo lo peor. Había sido capaz de desarrollar la habilidad de tenerme siempre pendiente de sus designios, de sus cambios de humor, de sus caricias indiscretas, de sus súbitos abrazos al cuello.

Ella era así, ese ángel demoníaco que dominaba todas las trampas de placer, mordía, y después administraba el antídoto para su propio veneno.

Uno de mil



Acabo de escribir uno de esos relatos de los que podría escribir mil, de esos en los que escribo: “Princesa, sabes a estrellas regadas de miel.” De esos en los que intento hacer un mundo de cada palabra, o de encerrar un mundo en tres sílabas, escribiendo cosas del tipo: “A mí me gusta cuando te dejas caer junto a mí y parece que el universo se detiene para nosotros.” Uno de esos textos estúpidos que tú ya tomas como una más de mis ocurrencias, igual que las flores sienten caer sobre ellas la lluvia.

Éste, como mil, es otro relato más de catorce palabras de amor y ochenta melancólicas, otro pañuelo más de lágrimas donde te escribo. Otro texto más, otra excusa para encontrarme contigo.

La del pelo suelto



Una que llevaba el pelo suelto, una de esas que parece que flotan o que no se sabe de que forma pasan ante ti deslizándose, como si no fueran a ninguna parte y estuviesen allí, etéreas y vaporosa. Así era la chica del pelo suelto. Yo creo que ella misma se desconocía, que no sabía del poder de sus ojos, de la claridad de su mirada. Pasó y se fue, simplemente pasó y se fue con su pelo suelto y largo, como pasan las cosas fugaces e inesperadas, como un suspiro inconsciente.

Y así se perdió entre los otros que no eran como ella, dejando su estela de ninfa, su perfume de mujer, y su sonrisa de niña.

De otoño y ocaso



Y apareciste. Supongo que igual que todas las anteriores, pero con la extraña certeza de ser sólo tú. Quién sabe si producto de la casualidad más maravillosa que nos pudo haber pasado nos encontramos igual que una gota se funde con otra gota gemela en un torrente de agua. ¡Qué nos importarán los nombres! Sé que eres tú y eso es suficiente. La etiqueta por la que me refiero a ti no es un nombre, ni siquiera una etiqueta, es “cariño, princesa, te necesito aquí a mi lado”.

Y así apareciste. Ahora ni tú ni yo sabemos como va a terminar esta locura maravillosa. Yo me conformo con amarte a ratos, a minutos, a segundos, en pequeños instantes, y después sufrir tu ausencia. Y tú, que eres así, tan secreta y misteriosa, tan de otoño y de ocaso, aguardas con recelo a que tal vez ocurra cualquier cosa, a que nuestra agonía dichosa de querernos sorbo a sorbo se transforme en algo; en un calor prolongado, quizás en una caricia infinita, en un no echarnos nunca más de menos, en saborear eso que se llama calor, tú y yo, esos dos desahuciados del mundo de los vivos, esos dos enamorados de los sueños cumplidos.

domingo, 19 de julio de 2015

El último autobús

Y ahora te vas y me dejas así, esperando al último autobús que pase por la parada vacía que me has dejado en el pecho, aguardando a que algún día la Luna quiera que nos encontremos bajo su triste resplandor, refugiados de miradas indiscretas.

Ahora te vas y me dejas así, con este abrigo de penas y soledades que me regalaste, siendo la única pasajera de esta "ruta a ninguna parte", creyendo que aún existes en algún sitio, creyendo que tu calor me rescatará de este invierno... Sabiendo que no vendrás, que he perdido el último autobús que podía sacarme de la trampa de melancolía que dejaste en mi alma.