Y
apareciste. Supongo que igual que todas las anteriores, pero con la extraña
certeza de ser sólo tú. Quién sabe si producto de la casualidad más maravillosa
que nos pudo haber pasado nos encontramos igual que una gota se funde con otra
gota gemela en un torrente de agua. ¡Qué nos importarán los nombres! Sé que
eres tú y eso es suficiente. La etiqueta por la que me refiero a ti no es un
nombre, ni siquiera una etiqueta, es “cariño, princesa, te necesito aquí a mi
lado”.
Y así
apareciste. Ahora ni tú ni yo sabemos como va a terminar esta locura
maravillosa. Yo me conformo con amarte a ratos, a minutos, a segundos, en
pequeños instantes, y después sufrir tu ausencia. Y tú, que eres así, tan
secreta y misteriosa, tan de otoño y de ocaso, aguardas con recelo a que tal
vez ocurra cualquier cosa, a que nuestra agonía dichosa de querernos sorbo a
sorbo se transforme en algo; en un calor prolongado, quizás en una caricia
infinita, en un no echarnos nunca más de menos, en saborear eso que se llama
calor, tú y yo, esos dos desahuciados del mundo de los vivos, esos dos
enamorados de los sueños cumplidos.
No hay comentarios :
Publicar un comentario