lunes, 21 de diciembre de 2015

La más bonita



Era la más bonita del mundo, y de ese mundo la más bonita de largo. Pero lo hubiese sido de cualquier manera. En cierto sentido habíamos logrado mantener un estilo de vida bastante normal. Trabajo-casa, casa-trabajo. A mí no me gustaba que ella corriese ningún peligro, y por eso casi nunca dejaba que me acompañase.

Al principio fue fácil. Después de deambular durante muchos días, durmiendo con un ojo abierto y otro cerrado, y con el temor de que el que estuviese de guardia se quedase dormido, llegamos a esta nave. Descubrirla fue todo un alivio, porque debía de ser ya de madrugada, y habiendo pasado tantas penalidades a la intemperie, no nos lo pensamos dos veces.

Limpiar la planta baja fue fácil, cuatro o cinco. A saber cómo habrían entrado, pero no nos llevó más que unos minutos deshacernos de ellos. Arriba descubrimos una estancia enorme completamente vacía, con el suelo de manera y grandes ventanales que nos ofrecían una vista en todas las direcciones de aquel polígono industrial; y creedme, cuando tu vida se convierte básicamente en encontrar alimento y huir, no sabéis la tranquilidad que te da el saber que sea lo que sea que vaya a por ti vas a poder verlo antes de que llegue.

Y así, muertos de cansancio, nos acurrucamos en una esquina de aquel almacén, envueltos en las dos mantas que traíamos, y sin haber comido nada en todo el día, nos quedamos dormidos. Nuestra intención era pasar allí sólo aquella noche pero al final nos acabamos quedando.

Con el paso de los días nos dimos cuenta de que habíamos tomado la mejor decisión. Estábamos a las afueras de la ciudad, lejos de los peligros del centro, y podíamos hacernos con comida con relativa facilidad explorando las naves colindantes. Descubrimos una repleta de latas de conservas, y pasamos cuatro días con sus noches, trasladándolas todas al piso superior de nuestra nave-almacén. Además nos dimos cuenta de que teníamos agua corriente. Había un pequeño aseo en la parte de abajo, y del grifo todavía salía agua. Llenamos todas las botellas y cubos que encontramos, nos dimos una ducha fría como pudimos, y concluimos que el agua debía de provenir de algún depósito interno de este lugar, que a juzgar por la maquinaria y las herramientas, debía de haber sido un taller mecánico cuando el mundo aún era mundo.

Pasamos semanas sin salir de aquí. Teníamos todo lo que podíamos necesitar: agua y comida a la que había que sumarle toda la ropa, las sábanas, las almohadas y las mantas que habíamos encontrado en otro almacén. Teníamos mucho más de lo que dos supervivientes podían necesitar, incluso dormíamos sobre un colchón que había aparecido en un contenedor de basura a tres calles de aquí. Si alguien nos vio, pienso que le debió de parecer muy divertido ver dos personas como nosotros, arrastrando con entusiasmo un colchón harapiento por la calle. Nos acomodamos tanto que llegamos a echar de menos la televisión, la música, los libros y todos esos sencillos placeres que quizás no habíamos valorado del todo cuando habíamos podido disfrutar de ellos. Ella se lamentaba de no haberse traído un libro “al fin del mundo”, así que el día que encontró un ejemplar de Orgullo y prejuicio en el fondo de una caja se volvió loca de felicidad. Y a mí me costó un poco más, pero cuando conseguí reunir un radiocasete, unas viejas cintas de cantantes que ninguno de los dos conocía, y lo que fue más difícil, unas pilas que no estuviesen gastados, grité y salté de alegría.

Pero lo mejor, mejor que todo eso, era el tenernos el uno al otro. Había días en los que sólo comíamos, dormíamos y hacíamos el amor. En cierto sentido era mejor que todo lo que yo habíamos tenido antes, que la “vida normal” de antes. No había que ir a trabajar, no había atascos, no había nada ni nadie que te dijera lo que tenías que hacer. El mundo, aquel pequeño mundo en el piso superior de un antiguo taller mecánico era todo nuestro. Yo la miraba mientras dormía y no me podía creer lo afortunado que era por estar vivo, porque ella lo estuviese, y por tenerla allí conmigo. En efecto, era la más bonita del mundo. Posiblemente era una de las pocas mujeres que quedaban en el planeta, pero aún en el mundo caótico y habitado de siempre, ya había sido también la más hermosa de todas.

Entonces, más por aventura que por necesidad, decidí adentrarme un poco más en la ciudad, salir del polígono, ver qué oportunidades o peligros había más allá. Por supuesto no quería que ella corriese ningún riesgo, y por eso iba sólo. Sólo dejé que me acompañara las dos primeras veces, creo. Para aprovechar mejor el tiempo y las pocas horas de luz (el otoño se acercaba), decidí pasar todo el día fuera y volver antes de que se pusiera el sol. Esto a ella no le gustaba, así que acordamos que si a la mañana siguiente no había regresado, entonces podía salir a buscarme. Por fortuna eso jamás sucedió.

Con el paso de los días esto se convirtió en la rutina habitual. Pocas veces me las vi en una situación complicada, y en menos ocasiones aún tuve noticias de que hubiese por más personas por ahí. Eso me aterraba más que nada. Saber que había otros hombres y mujeres como nosotros, con no muy buenas intenciones, y saber que ella estaba sola en nuestra casa-taller-almacén me ponía de los nervios. Pero entonces me quitaba rápidamente esos pensamientos de la cabeza. No me ayudaban en nada, sólo me distraían y me hacían que preocuparme en vano.

La mejor sensación del mundo se producía cuando regresaba con las últimas luces y la encontraba allí junto a la puerta. Con una gruesa cadena y un candado no tan grande habíamos logrado cerrar la única puerta del antiguo taller mecánico. Si nos descubrían no iba a servir de mucho contra los vivos, pero al menos si eran los muertos los que intentaban entrar, ganaríamos algo de tiempo para escapar de otra manera. Yo insistía en que me esperase dentro y que la mantuviese cerrada hasta que llegase y diera los “tres toques mágicos”. Pero día tras día, cada atardecer, la encontraba allí, con una linterna en una mano y un machete en la otra. Al principio me enfadaba pero después lo entendí. En un mundo vacío, lleno de soledad y muerte, pasar tan solo un día con la compañía de uno mismo era demasiado. Yo también lo notaba.

Y así pasaron muchos días hasta que la atacaron.

Con ese rostro precioso y esa sonrisa perpetua suya ahora me jura que fue sólo uno, que no se explica cómo pudo sorprenderla, que apareció sin más, que se abalanzó sobre ella y que antes de que pudiera defenderse con el machete ya la había arañado. Sólo un arañazo, tres cortos y estrechos surcos rojos sobre su piel que sé que van a llevársela. No dejo de maldecirme una y mil veces por no haber llegado a tiempo, sólo quince minutos antes. Ahora me mira, me mira y me sonríe, y me dice que no llore, y me dice que me no me preocupe, y me dice que sabré arreglármelas sin ella, y no sé si es ella o es la fiebre la que habla por su boca, por esa boca mágica suya. Y no sé que haré, no sé que haré cuando se le cierren los ojos y tenga que hacerlo. Tal vez no haga nada y haga lo más cobarde, o tal vez haga lo más cruel, y a la vez lo más valiente. No lo sé. Sólo que sé que incluso ahora es la más hermosa, igual que lo fue antes, cuando el mundo era mundo, igual que dentro de poco, cuando aquí entre mis brazo sea también la más bonita de todas las muertas.

Demasiada sombra



Entonces cometes la estupidez más grande del siglo y le escribes a medianoche. Dos palabras, a veces una línea solitaria, lo que sea con el objetivo de que sepa que sigues ahí… cómo si no lo supiera. Y te sientes triste, eufórico, abatido, contento, estúpido, raro. Piensas en la cara de indiferencia que pondrá cuando lo lea. Piensas en lo extraño que debe de pensar que eres. Pero le has escrito, ya está hecho. Te has desahogado para volverte a ahogar, más profundo, más abajo en el fondo. Pero no te importa. Qué demonios. Se lo has dicho. Por enésima vez le has dicho lo que ya está cansada de leer, de escuchar. Sabes que no le importa. Pero no pasa nada. No puedes hacer nada, sólo ser, estar ahí, plantado en mitad de la nada, esperando a que ella pase y te recoja. Pero sabes que ella no va a pasar, que no te v a recoger, que seguirás ahí, siendo tú con todo tu yo. Y nada más. Ella es compasiva porque sabe que tienes una pobre alma, extraña, a veces incomprensible, pero pobre al fin y al cabo. Demasiada sombra y demasiada luz. Ella sabe que eres demasiada sombra.

Ir



Y decides ir a buscarla. Sabes que no tiene ningún sentido, pero nada de lo que ha pasado hasta entonces lo tiene. Vas. Y te vuelves sin nada por donde mismo has venido. Pero has ido, fuiste. Cometiste la tontería de buscarla, la tontería que llevabas tiempo queriendo y necesitando hacer. A veces necesitas ese tipo de cosas, como para demostrarte que estás tan loco como muchos creen. Lo intentaste, y te das una palmada invisible en la espalda. Lo intentaste, y te vas a casa, a pensar en todas las locuras y estupideces que te gustaría hacer por ella.

martes, 1 de diciembre de 2015

Todo atrás

Y ya no más,
ya nunca más estrellita,
ya nunca más.
Qué tendrás para
romper el alma
con tu ausencia,
que serás si es
que eres algo
y no mera ilusión.

Pero ya no estás,
estrellita, ya nunca más.

Ya no estás
niña tierna,
que maravilla
se ha marchado
contigo.
Yo quisiera saber
cuánto me vas
a doler
y cuánto me va
a durar el consuelo
de tu falsa promesa.
Ya tú no,
ya tú nunca más.

Pero yo sigo aquí,
amor, y no sabes
lo que duele seguir
de pie sin ti.

A quién
le regalarás sonrisas
y alegrías.
A mí no,
porque tú ya
te has ido,
para siempre
y nunca más,
así; igual
que apareciste
un día sin esperarlo,
así como te fuiste,
un día y
para siempre
no volverte a ver,
y para nunca,
para nunca
promesas falsas,
niña, cielo, amor,
estrellita, todo atrás.

sábado, 28 de noviembre de 2015

Te vas

Te vas, y qué decirte, esto no es como en las películas, esto es real. Te tengo frente a mí, no llueve, ni estamos en un andén, pero te vas, eso es seguro. Te vas, y salvo una maravillosa carambola del destino ya nunca más volveré a verte. He de hacerme a la idea. Sí, he de acostumbrarme. Dices que no me preocupe, que nos veremos pronto. Pero cómo creerte. Yo sé que mientes porque me sabes abatido, yo sé que mientes para no hacerme sufrir más, yo sé que mientes a conciencia, sé que no volverás buscándome, preguntando adonde he ido, gritando mi nombre. Y sé que no dejarás que te encuentre.

Te vas, esa es la única realidad que me queda. Te vas, es la pura verdad. Te vas y sólo me dejas la falsa esperanza de volver a verte; y yo la acepto, y yo me la quedo, y la guardo. Y me duermo sabiendo que te has ido, y que ya nunca más te volveré a ver.

El mejor agosto

Paradigma
de juventud,
muchacha dichosa,
porqué me gustarán
tanto esos ojos,
esa nariz, esos labios,
esa tierna existencia
tuya.

 Te quiero
tanto, amor;
niña, te quise
tanto.

Qué será ahora 
de todo.

Tú, mi preciosa,
hallarás la dicha
en otros lugares,
y en brazos de otro.
Todo eso que yo
no te supe dar,
el poeta nunca
sabe nada.

Yo, así como soy,
la sombra que de mí
recuerdas, yo,
ese manojo de letras
extrañas seguirá
aquí, yo no me voy.
Aquí sin ti
como antes cuando
estabas.

Qué tierna,
que triste te marchaste,
gracias que te
 robé la última
de tus sonrisas,
tú, la cosa más
bonita que vi
desde aquel agosto.

viernes, 27 de noviembre de 2015

27 de noviembre

Será para siempre,
amor, será sin ti.
Ya no más tú.
Madrugar, qué
triste rutina,
tan duro pensar
que ya no estás.
No más saludos,
no más, ya nada
de ti. Ahora
quién será.

Ahora sin ti,
si nada.
No todo, la nada,
y para siempre,
qué frío,
sabíamos
que llegaría el invierno. 
Qué frío.

De pesar mis manos
tiritan, como 
fulgores del cielo,
como llamas,
brasas extintas
que se consumen
ausentes,
de ausencia se 
agitan y me duelen.

¡Qué frío, amor,
qué frío!
Nunca pensé
verte ir tan
pronto,
qué duro,
sonrisa de azúcar,
este veintisiete
de noviembre.