Fue como un ardor fresco y
placentero que empezó a crecer dentro de mí. Era mágico,
cautivador, pero a la vez inquietante y extraño, como si una bomba
de menta hubiese estallado en mis entrañas, y un vapor frío hubiese
subido por mi pecho y se hubiese detenido a medio camino.
¿Estaba
nervioso? No, no lo estaba y eso era lo que más me desconcertaba.
Aquella sensación estaba limpiando todo mi ser desde el mismo
centro. Quería detener el tiempo y dejar mi alma congelada en ese
momento.
Es
curiosa la manera en que un alma mortal y débil como la mía intenta
descubrir el complejo funcionamiento de sus emociones, esos disparos
químicos que ponen patas arriba mi cerebro cuando ella está
conmigo.
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