Hoy
he vuelto a ser un imbécil. Me acordé de tu sonrisa, de tus ojos...
y antes de todo eso, me acordé de tus muslos. Eres maldita, y por
eso creo que me gustas tanto. ¡Si supieras que todavía te escribo!
Sí que lo sabes. Como sé que de vez en cuando te acuerdas de mí, ¡cómo no
hacerlo! Y de vez en cuando yo hecho de menos tus brazos, tus brazos
y todo tu cuerpo caliente.
Eras
tan sublime que hacerte el amor parecía algo vulgar, grosero,
terrenal... ¿Cómo hacerle el amor a una diosa? Sabías a fuego, lo
recuerdo; y supongo que te seguirás agitando como un volcán. Te
deseo de manera egoísta, vil, malvada. Te deseo toda, y toda para
siempre. Llevas el nombre de la perdición. Eres maldita, y por eso
te amo tanto todavía.
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