Se
levantó y se fue. Siempre hacía lo mismo. Era maldita y misteriosa.
A mí me gustaba pasar largos minutos a su lado, sentir como el calor
la abandonaba y como poco a poco su cuerpo iba adquiriendo esa
tibieza sublime. Pero ella después siempre quería volar libre. Se
iba, se marchaba, y me dejaba un espacio vacío en el pecho, y las
sábanas oliendo a mujer.
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