lunes, 21 de septiembre de 2015

La ves

... y entonces te giras sabiendo que sí, pero que no debes, que no debes, pero que lo necesitas. Y te giras. La ves llegar con ese pelo suelto, con ese moño estrafalario, con esa trenza imposible, o con lo que sea que lleve o que tenga y que te vuelve loco. Y te saluda con esa voz que siempre será presagio de vida, augurio de ella; y te sonríe con una de esas sonrisas de las que lo saben todo, una de esas sonrisas de la parte más sincera y pícara de su ser. Y entonces en un segundo desaparece y lo has perdido todo, y se ha ido, dejándote huérfano de ti mismo, regocijado, hundido, muerto y complacido al mismo tiempo; sabiendo que ya no está, que acaba de perderse, y que todo tú y todo ella habéis sido en un sólo instante.

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