Cuántas veces habré ido y vuelto de ese cuerpo. De esas piernas de mármol y de ese centro infinito. Me gusta olvidar nuestros nombres mientras nos fundimos. Saber que en alguna parte de mí empiezas tú, y que tú acabas justo donde empiezo yo. Ir y volver de ti me recuerda a nosotros, a dos segundos de amor y a toda una eternidad de amargura. Eres de mármol, toda, entera; con suaves betas de indolente frialdad. Cuántas veces habré ido y vuelto de esas piernas de mármol y de ese centro infinito.
Me gustan las páginas amarillas y tus ojos marrones; tu piel blanca, blanquísima, y tu pelo oscuro, oscuro. Sí, me gusta todo. Me gustas cuando estás callada y yo leo a tu lado, y tú sólo respiras, respiras y respiras. También cuando duermes y yo observo fascinado tu sueño; en silencio, siempre en silencio. Me gusta encontrar tu cuerpo entre un mar de sábanas. El deleite de mis dedos navegando sobre tu piel en calma. Y las tormentas... sí, las tormentas y las calmas.
No te gusto, lo sabes; pero no sé porque te empeñas en querer pensar lo contrario. Ya me gustaría que fuese así, pero sólo soy tu poeta, tu amante lejano de rostro serio y ojos tristes. Sabes que amarte se me haría imposible, que sólo sé sentir, y nada más. Me consuela un poco pensar que lo intentas, que en tu inmenso corazón has querido hacerle hueco a esta alma extraña, y que tu espíritu es tan claro que caben en él hasta las personas más oscuras. Amor, sabemos que en un mundo imposible seríamos compatibles; y que ahora sólo nos queda saber que nos amamos, que nos amamos, y nada más.